Los ríos Choya, Andalgalá y Minas comparten las mismas nacientes en alta montaña, que se nutren por la condensación de humedad en pastizales de altura que almacenan y los alimentan de agua. Otros ríos importantes para la cuenca son el Potrero, el Blanco y el Vil a Vil.
El río Choya tiene un caudal de 70 litros por segundo y con este alimenta al pueblo del mismo nombre, donde viven 600 habitantes. Este poblado es vecino de otro pueblo donde hace más de una década se mantiene una resistencia activa a la actividad minera y los nuevos proyectos que amenazan su propio río, el Andalgalá.
Hace unos meses, les vecines de choya se alertaron luego de notar “una sustancia blanca” en el agua del río, que adjudican a la reciente actividad exploratoria minera del proyecto MARA. La alerta comunitaria, además sumó el aumento de casos de enfermedades gastrointestinales, y fundamentalmente la falta de respuestas ante la solicitud de información a las autoridades.
Todo esto derivó en un corte de camino para evitar que la empresa continúe sus actividades en las nacientes del río choya: “Cortamos por el agua” relata Gustavo, nacido y criado en Choya, una de las personas que hace más de dos meses resiste el frío y la represión en el camino a la mina capillitas, donde suben los camiones mineros. El lugar es desértico, ventoso y frío. Allí se armó un acampe permanente. No quieren la contaminación del agua. Cada vez que la empresa quiere subir camiones con combustible es escoltada por una fuerte presencia policial, que reprime a los vecinos: “sí, represión hubo, arriba (en el corte) como abajo (en el pueblo), reprimieron mujeres, niños, gente mayor. Hubo disparos al aire, la última vez fueron como 60 efectivos”.
Paralelamente a esto, se instalaron otros dos campamentos en las inmediaciones, de personas no identificadas que amedrentan a les vecines. Hay uno en el kilómetro 43, y otro a escasos 60 metros de les asambleístas, para impedir que más gente se sume al corte contra la mina. “Falta gente que suba, más presencia. La gente apoya con comida” dice Gustavo.
“Yo soy ciego pero los acompaño igual” dice Raúl, que tiene 74 años y es uno de los vecinos que resiste en el acampe“ e hijo de padre que murió de silicosis, la enfermedad de los mineros” aclara. Inspirador y luchador de toda la vida: “Me llevaron a Buenos Aires a los 9 años porque perdí la vista (…) volví a Choya hace 13 años, amo Choya, yo sufrí el desarraigo…todas las noches soñaba con las montañas. Cuando me jubilé, compré una finca abandonada y puse todos mis ahorros ahí: tengo plantas de avellana, almendros, castaños, ciruelas de distintos tipos, nueces, membrillo, durazno…creo que tengo casi toda la fruta que se necesita”.
“Que se vaya MARA, ¡no es no! Mientras esté esa empresa ahí, vamos a estar con la pistola en el pecho nosotros, la espada de damocles como se dice, entonces, tiene que irse” dice Raúl. “Ellos están a dos metros de una vertiente, hermosa, clarita, las tapan con esas máquinas, están destrozando la red de agua de Choya”. “Van y atropellan, así como hacen con nosotros” resume.
Pese a la represión, la actividad continúa: vecinos y vecinas de la localidad de Choya asisten a la charla “Cuenca del Rio Choya, urgencia para su protección” dictada por el geógrafo Luis Banchig, donde les asistentes preguntan e indagan con mucho interés sobre los impactos ambientales de la actividad minera en la cuenca.
En la charla se incrimina a los caminos mineros por destruir las fuentes de agua, debido a que cortan la pendiente de la montaña propiciando derrumbes y desprendimientos, así como generando deforestación, que impide la absorción de agua, todo en una zona de sismicidad moderada a alta y con fuertes lluvias en verano. Un incidente, debido a la cercanía a la ciudad, sería imposible de evitar.
Cualquier cambio es irreversible en ríos pequeños. ¿Que pasará con 20 a 30 años de intervención minera?, se preguntan les vecines alertas por ese río pequeño, que es su río, el que les da agua.