Desconocer los límites materiales y energéticos del mundo que habitamos y los cuerpos que nos cuidan, es suicida. Sin embargo, las sociedades que habitamos están construidas a espaldas de las bases materiales que sostienen la vida. El modelo extractivo y de producción y consumo que las sostiene es incompatible con la regeneración de la vida.
En la contradicción entre el proceso de acumulación del capital y los cuidados básicos necesarios para la supervivencia, generamos una cultura que desvaloriza tanto el trabajo de reproducción y cuidados como la existencia misma de la naturaleza, generando una invisibilización de ambas. Sin embargo, se continúan desarrollando intensivos procesos colonialistas y extractivistas de las mujeres y la naturaleza. Como resultado existe una tensión constante e irresoluble entre el capital y la vida, la cual siempre está bajo amenaza.
La deuda se convierte en una herramienta de esclavización individual y colectiva, en una herramienta de disciplinamiento de las mujeres y disidencias, pero también de los territorios completos. Así resulta encontrarse en la base de un extractivismo que saquea bienes comunes para pagar una deuda al desarrollo.
Es en este sistema donde se generan los mecanismos de deuda externa de países soberanos, pero también existe una deuda ecológica, invisibilizada, que no es más ni menos que la importación de bienes comunes, energía y servicios necesarios para mantener una calidad de vida ostentosa de los sectores dominantes, expoliando a los sectores menos poderosos. Sin embargo, con la generación de deuda externa, el poder económico reclama la devolución de una deuda monetizada, a quienes debe una cuantiosa deuda en bienes comunes indispensables para la vida… ¿Quién debe a quién?
Existe al interior de las sociedades otra deuda también invisibilizada: así cómo se hace un análisis de la deuda ecológica, se puede llegar a visibilizar una deuda de cuidados resultado del desigual impacto que tiene la división sexual del trabajo entre los varones y las mujeres.
Argentina se encuentra en un proceso de reestructuración de deuda pública en un contexto único de pandemia. Si bien la deuda en Argentina es estructural, entre 2015 y 2019 la colocación de deuda sufrió un récord de más de 159.000 millones de USD. Debemos USD 7300 por habitante. Es difícil de comprender cómo un país con tantos bienes, capacidades, potencialidades y extensión como Argentina enfrenta una deuda impagable a más de 100 años, una deuda intergeneracional con la que nacerán nuestros descendientes por varias generaciones. Esta deuda tiene responsables políticos que deben ser investigados.
La deuda pública siempre se traduce en ajustes que finalizan derramando hacia abajo, generando más precariedad en las clases populares por ausencia del Estado y fuentes laborales dignas, con serias falencias en lo relativo a la vivienda, la tierra, educación, la alimentación y la salud. Desde la deuda macroeconómica hacia la deuda microeconómica, el endeudamiento de los núcleos familiares, termina funcionando como un gran impulsor de la privatización, y la posterior mercantilización y consecuente financiarización de los bienes comunes, generando un nuevo tipo de extractivismo: el financiero (ganancias especulativas extraídas de las clases populares) que se vincula a los históricos extractivismos de bienes comunes, mal llamados recursos naturales, en los territorios.
Los organismos financieros internacionales y las empresas transnacionales no están en cuarentena y siguen operando aún en pandemia; Profundizan nuestro rol de sociedades exportadoras de naturaleza. En nuestra región y también en Argentina el modelo productivista del desarrollo impuesto desde arriba hacia abajo se naturaliza, así como la obligación de pagar la deuda externa sin una discusión pública y profunda acerca de su origen y su legitimidad.
La imposición de un relato extractivista y pagador no permite la democratización de las decisiones en los territorios. El pago de la deuda se vincula las exportaciones como generadoras de divisas, y las exportaciones al aumento del extractivismo en los territorios para generar más commodities para el mercado internacional, cuyos ingresos no son suficientes para una economía en constante crisis que vuelve a endeudarse, en un ciclo sin fin de extracción y endeudamiento.
Cuando se utilizaba para fines desarrollistas, históricamente el préstamo público se redireccionó a mega proyectos vinculados a la extracción de bienes comunes, generando que tanto la deuda como otros mecanismos y herramientas de la arquitectura financiera internacional, como los tratados de libre comercio y los acuerdos resolución de controversias entre los inversores y el estado terminan siendo condicionantes estructurales de los modelos de desarrollo que necesitamos discutir democráticamente en nuestros países. Toda esta arquitectura global se vende como una falsa cooperación internacional donde la Lex mercatoria se encuentra por encima de los Derechos Humanos.
Actualmente existe una campaña multisectorial en la cual muchas organizaciones argentinas solicitamos la suspensión del pago para la investigación de la deuda. Se propone una campaña por la suspensión inmediata del pago de la deuda unido una simultánea realización de una auditoría con participación ciudadana para identificar y anular la parte ilegítima de la deuda, entendiendo a ésta como un mecanismo esencial de subordinación, reconociendo que fue contraída en contra de los intereses de la nación o de la població, que es injusta, inadecuada y abusiva.
El mismo Fondo Monetario Internacional reconoce que es imposible de pagar, y sin embargo concedió el préstamo. Estos condicionamientos económicos generan tensiones y contradicciones que claramente no pretenden ser abordadas y solucionadas, y nos hacen visualizar los límites de la democratización de las decisiones soberanas. Argentina nunca fue capaz de consensuar un modelo de desarrollo endógeno y popular, sino más bien siempre el modelo impuesto benefició a las élites nacionales y sus socios internacionales.
Varias generaciones de argentinos y argentinas convivimos toda la vida con deudas, con crisis cíclicas y estructurales. Pero a estos hechos históricos, ahora se le suma la crisis mundial provocada por la pandemia. Ni la crisis ni la deuda son únicas. A esta deuda externa, debemos contraponer necesariamente la deuda ecológica de la que somos acreedores y la deuda interna de cuidados, de la que son acreedoras las mujeres y disidencias. Y a la crisis de salud debemos anteponer la crisis ambiental, social, climática, todas entrelazadas desembocando en una pandemia de la cual se analizan las consecuencias pero no las causas.
Actualmente en este contexto es necesario rediscutir esto una vez más para que las alternativas que parecen utópicas se vuelvan posibles. Una de ellas es el no pago e investigación de la deuda. Generando un nuevo ámbito para la disputa de imaginarios, para cambiar de la vieja normalidad de la precariedad y el ecocidio, a una nueva normalidad para la vida.
En medio de una grave crisis económica y social, agravada por la pandemia y la crisis sanitaria, es fundamental poner la prioridad en los intereses de las mayorías, no del capital financiero. La deuda es con el pueblo; especialmente con las mujeres y con la naturaleza.